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Los chicos se agrupaban delante de aquella puerta como el público a la entrada de un teatro. Andrés seguía apoyado en la pared, cuando sintió que le agarraban del brazo y le decían:
— ¡Hola, chico! Hurtado se volvió y se encontró con su compañero de Instituto Julio Aracil. Habían sido condiscípulos en San Isidro; pero Andrés hacía tiempo que no veía a Julio. Éste había estudiado el último año del bachillerato, según dijo, en provincias.
— ¿Qué, tú también vienes aquí? —le preguntó Aracil.
—Ya ves.
— ¿Qué estudias?
—Medicina.
— ¡Hombre! Yo también. Estudiaremos juntos.
Aracil se encontraba en compañía de un muchacho de más edad que él, a juzgar por su aspecto, de barba rubia y ojos claros. Este muchacho y Aracil, los dos correctos, hablaban con desdén de los demás estudiantes, en su mayoría palurdos provincianos, que manifestaban la alegría y la sorpresa de verse juntos con gritos y carcajadas.
Abrieron la clase, y los estudiantes, apresurándose y apretándose como si fueran a ver un espectáculo entretenido, comenzaron a pasar.
—Habrá que ver cómo entran dentro de unos días —dijo Aracil burlonamente.
—Tendrán la misma prisa para salir que ahora tienen para entrar —repuso el otro.
Aracil, su amigo y Hurtado se sentaron juntos. La clase era la antigua capilla del
Instituto de San Isidro de cuando éste pertenecía a los jesuitas. Tenía el techo pintado con grandes figuras a estilo de Jordaens; en los ángulos de la escocia los cuatro evangelistas y en el centro una porción de figuras y escenas bíblicas.
Desde el suelo hasta cerca del techo se levantaba una gradería de madera muy empinada con una escalera central, lo que daba a la clase el aspecto del gallinero de un teatro.
Los estudiantes llenaron los bancos casi hasta arriba; no estaba aún el catedrático, y como había mucha gente alborotadora entre los alumnos, alguno comenzó a dar
golpecitos en el suelo con el bastón; otros muchos le imitaron, y se produjo una furiosa algarabía.
De pronto se abrió una puertecilla del fondo de la tribuna, y apareció un señor viejo, muy empaquetado, seguido de dos ayudantes jóvenes.
Aquella aparición teatral del profesor y de los ayudantes provocó grandes murmullos; alguno de los alumnos más atrevido comenzó a aplaudir, y viendo que el viejo catedrático no sólo no se incomodaba, sino que saludaba como reconocido, aplaudieron aún más.
—Esto es una ridiculez —dijo Hurtado.
—A él no le debe parecer eso —replicó Aracil riéndose—; pero si es tan majadero que le gusta que le aplaudan, le aplaudiremos.
El profesor era un pobre hombre presuntuoso, ridículo. Había estudiado en París y adquirido los gestos y las posturas amaneradas de un francés petulante.
El buen señor comenzó un discurso de salutación a sus alumnos, muy enfático y altisonante, con algunos toques sentimentales: les habló de su maestro Liebig, de su amigo Pasteur, de su camarada Berthelot, de la Ciencia, del microscopio...
Su melena blanca, su bigote engomado, su perilla puntiaguda, que le temblaba al
hablar, su voz hueca y solemne le daban el aspecto de un padre severo de drama, y
alguno de los estudiantes que encontró este parecido, recitó en voz alta y cavernosa los versos de Don Diego Tenorio cuando entra en la Hostería del Laurel en el drama de Zorrilla:
Que un hombre de mi linaje
Descienda a tan ruin mansión.
Los que estaban al lado del recitador irrespetuoso se echaron a reír, y los demás estudiantes miraron al grupo de los alborotadores.
- ¿Qué es eso? ¿Qué pasa? — dijo el profesor poniéndose los lentes y acercándose al barandado de la tribuna
"Ridiculous," said Hurtado.
"He evidently does not think so," answered Aracil
laughing. "But if he is such a fool as to like to he
applauded, applause he shall have."
The professor was a poor ridiculous man full of presumption.
He had studied in Paris and had acquired the
affected gestures and attitudes of a petulant Frenchman.
The good man began his lecture with a greeting to
the students in high-sounding, emphatic words, with
some sentimental touches; he spoke to them of his master
Liebig, of his friend Pasteur, his comrade Berthelot,
of science and the misroscope.
His white hair, his waxed moustache and pointed
heard which trembled as he spoke, and his hollow, solemn
voice gave him the air of a severe stage father,
and one of the students, n_oticing this, recited in a loud
and cavernous voice the lines of Don Diego Tenorio as
he enters the inn of the Laurel in Zorrilla's play:
That one of my nobility
Should to so low a place descend.
Those who sat near the insolent reciter began to laugh,
and the other students looked at the group of interrupters.
"What is it? What's this?" said the professor, putting
on his glasses and coming to the balustrade of the platform.
—. ¿Es que alguno ha perdido la herradura por ahí? Yo suplico a los que están al lado de ese asno que rebuzna con tal perfección que se alejen de él, porque sus coces deben ser mortales de necesidad.
Rieron los estudiantes con gran entusiasmo, el profesor dio por terminada la clase retirándose, haciendo un saludo ceremonioso y los chicos aplaudieron a rabiar.
Salió Andrés Hurtado con Aracil, y los dos, en compañía del joven de la barba
rubia, que se llamaba Montaner, se encaminaron a la Universidad Central, en donde daban la clase de Zoología y la de Botánica.
En esta última los estudiantes intentaron repetir el escándalo de la clase de Química; pero el profesor, un viejecillo seco y malhumorado, les salió al encuentro, y les dijo que de él no se reía nadie, ni nadie le aplaudía como si fuera un histrión.
De la Universidad, Montaner, Aracil y Hurtado marcharon hacia el centro.
Andrés experimentaba por Julio Aracil bastante antipatía, aunque en algunas cosas le reconocía cierta superioridad; pero sintió aún mayor aversión por Montaner.
The very first words that passed between Montaner
and Hurtado were unamiable. Montaner spoke with an
assurance which was a little offensive; he no doubt con
sidered himself a man of the world. Hurtado answered
him curtly several times.
In this first conversation the two fellow students were
in complete disagreement. Hurtado was a Republican,
Montaner was a champion of the Royal Family; Hurtado
was an enemy of the bourgeoisie, Montaner stood
up for the wealthy and aristocratic classes.
"Enough of that," Julio Aracil said more than once.
"It is as stupid to be a Republican as to he a Monarchist,
to defend the poor as to defend the rich. The
essential thing is to have money, and a carriage like
that one there and a wife like her yonder."
The antipathy between Hurtado and Montaner broke
out again in front of the window of a bookshop: Hurtado
preferred the Naturalist writers and Montaner did not
like them; Hurtado was an enthusiastic admirer of Espronceda,
Montaner of Zorrilla; they disagreed in everything.
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