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II.- Los estudiantes
2 THE STUDENTS

En esta época era todavía Madrid una de las pocas ciudades que conservaba espíritu romántico. Todos los pueblos tienen, sin duda, una serie de fórmulas prácticas para la vida, consecuencia de la raza, de la historia, del ambiente físico y moral.

Tales fórmulas, tal especial manera de ver, constituye un pragmatismo útil, simplificador, sintetizador.
El pragmatismo nacional cumple su misión mientras deja paso libre a la realidad; pero si se cierra este paso, entonces la normalidad de un pueblo se altera, la atmósfera se enrarece, las ideas y los hechos toman perspectivas falsas.

MADRID at that time was one of the few cities which
preserved a romantic spirit.
Every city no doubt has its own practical rules of life,
the result of its race and history and of the physical
and moral atmosphere. These rules and individuality
constitute a useful pragmatism, synthetic in its simplicity.
This national pragmatism achieves its object when it
leaves the way open to reality; if the way is blocked
then normality disappears in a rarefied air and ideas
and facts take on a false perspective.

En un ambiente de ficciones, residuo de un pragmatismo viejo y sin renovación vivía el Madrid de hace años.
Otras ciudades españolas se habían dado alguna cuenta de la necesidad de
transformarse y de cambiar; Madrid seguía inmóvil, sin curiosidad, sin deseo de cambio. El estudiante madrileño, sobre todo el venido de provincias, llegaba a la corte con un espíritu donjuanesco, con la idea de divertirse, jugar, perseguir a las mujeres, pensando, como decía el profesor de Química con su solemnidad habitual, quemarse pronto en un ambiente demasiado oxigenado.
MADRID at that time was one of the few cities which
preserved a romantic spirit.
Every city no doubt has its own practical rules of life,
the result of its race and history and of the physical
and moral atmosphere. These rules and individuality
constitute a useful pragmatism, synthetic in its simplicity.
This national pragmatism achieves its object when it
leaves the way open to reality; if the way is blocked
then normality disappears in a rarefied air and ideas
and facts take on a false perspective.
Madrid was then living in a fictitious atmosphere
formed by an old and unrenovated pragmatism.
The Madrid student, especially if he came from the
provinces, arrived with the intention to copy Don Juan
and amuse himself, to gamble and make love to women,
in fact, as the professor of chemistry said with his usual
solemnity, to burn himself out in an atmosphere too full
of oxygen.

Menos el sentido religioso, la mayoría no lo tenían, ni les preocupaba gran cosa la
religión; los estudiantes de las postrimerías del siglo XIX venían a la corte con el espíritu de un estudiante del siglo XVII, con la ilusión de imitar, dentro de lo posible, a Don Juan Tenorio y de vivir.
llevando a sangre y a fuego amores y desafíos.
El estudiante culto, aunque quisiera ver las cosas dentro de la realidad e intentara adquirir una idea clara de su país y del papel que representaba en el mundo, no podía.
La acción de la cultura europea en España era realmente restringida, y localizada a
cuestiones técnicas, los periódicos daban una idea incompleta de todo; la tendencia
general era hacer creer que lo grande de España podía ser pequeño fuera de ella y al contrario, por una especie de mala fe internacional.
Except for. a religious feeling which most of the students, careless about such matters, did not possess, the
students at the end of the nineteenth century came to
Madrid with the mentality of those of the seventeenth,
and were determined to imitate Don Juan Tenorio to the
best of their ability, in a life of
Duels and love affairs
In fierce assault.
The cultured student, however much he might wish
to see things as they were and acquire a clear idea of
his country and the part it played in the world, was
unable to do so. The influence of European culture in
Spain was in fact confined to technical matters; the newspapers
gave an imperfect idea of everything; and the
general tendency was to induce the belief that what was
great in Spain might he small outside it, and vice versa,
in a kind of international had faith.

Si en Francia o en Alemania no hablaban de las cosas de España, o hablaban de
ellas en broma, era porque nos odiaban; teníamos aquí grandes hombres que producían la envidia de otros países: Castelar, Canovas, Echegaray...

España entera, y Madrid sobre todo, vivía en un ambiente de optimismo absurdo.
Todo lo español era lo mejor.
Esa tendencia natural a la mentira, a la ilusión del país pobre que se aísla, contribuía al estancamiento, a la fosilización de las ideas.
Aquel ambiente de inmovilidad, de falsedad, se reflejaba en las cátedras. Andrés Hurtado pudo comprobarlo al comenzar a estudiar Medicina. Los profesores del año preparatorio eran viejísimos; había algunos que llevaban cerca de cincuenta años explicando.
Sin duda no los jubilaban por sus influencias y por esa simpatía y respeto que ha habido siempre en España por lo inútil.

If France and Germany never mentioned Spain or
spoke of her only in jest, that was because they hated
us; our great men, it was solemnly averred, Castelar,
Canovas, Echegaray, were the envy of other nations.
The whole of Spain, and especially Madrid, lived in an
atmosphere of absurd optimism, and whatever was Spanish
was best.
This natural tendency to falsehood and illusion on
the part of a country isolated by its poverty, contributed
to the stagnation and fossilization of thought.
This atmosphere of distorted stagnation was reflected
in the professors, as Andres Hurtado found when he
began to study medicine. The professors of the first
course were extremely old; some of them had been
lecturing for close on fifty years.
They possessed sufficient influence not to be placed on
the retired list, and there was, besides, the sympathy and
respect which in Spain is always shown for what is useless.

Sobre todo, aquella clase de Química de la antigua capilla del Instituto de San Isidro era escandalosa. El viejo profesor recordaba las conferencias del Instituto de Francia, de célebres químicos, y creía, sin duda, que explicando la obtención del nitrógeno y del cloro estaba haciendo un descubrimiento, y le gustaba que le aplaudieran. Satisfacía su pueril vanidad dejando los experimentos aparatosos para la conclusión de la clase con el fin de retirarse entre aplausos como un prestidigitador.

Los estudiantes le aplaudían, riendo a carcajadas. A veces, en medio de la clase, a alguno de los alumnos se le ocurría marcharse, se levantaba y se iba. Al bajar por la escalera de la gradería los pasos del fugitivo producían gran estrépito, y los demás muchachos sentados llevaban el compás golpeando con los pies y con los bastones. En la clase se hablaba, se fumaba, se leían novelas, nadie seguía la explicación; alguno llegó a presentarse con una corneta, y cuando el profesor se disponía a echar en un vaso de agua un trozo de potasio, dio dos toques de atención; otro metió un perro vagabundo, y fue un problema echarlo.

The scandal was greatest in the Chair of Chemistry. The
aged professor recollected lectures given by celebrated
professors of chemistry at the lnstitut de France, and he
imagined that if he showed how nitrogen and chlorine
were obtained, he was making a personal discovery and
was very pleased when they applauded. He satisfied his
childish vanity by leaving spectacular experiments for
the end of his lecture, so that he might retire, like a
juggler, amid loud applause.
And the students did applaud him, laughing heartily.
Sometimes in the middle of the lecture one of them
would get it into his head to go away, and simply rose
and went out. His steps echoed as he descended the
wooden stair and the other students beat time to his
steps with their feet and sticks.
During the lecture they talked, smoked, read novels,
and no one paid any attention to the lecture; one of
them even came with a French horn, and, when the professor
was about to empty some potassium into a glass,
he blew twice on his horn; another brought in a stray
dog and it cost no little trouble to put it out.

Había estudiantes descarados que llegaban a las mayores insolencias; gritaban, rebuznaban, interrumpían al profesor. Una de las gracias de estos estudiantes era la de dar un nombre falso cuando se lo preguntaban.
—Usted —decía el profesor señalándole con el dedo, mientras le temblaba la perilla por la cólera—, ¿cómo se llama usted?
— ¿Quién? ¿Yo?
—Sí, señor ¡usted, usted! ¿Cómo se llama usted? —añadía el profesor, mirando la lista.
—Salvador Sánchez.
—Alias Frascuelo —decía alguno, entendido con él.
—Me llamo Salvador Sánchez; no sé a quién le importará que me llame así, y si hay alguno que le importe, que lo diga —replicaba el estudiante, mirando al sitio de donde había salido la voz y haciéndose el incomodado.

— ¡Vaya usted a paseo! —replicaba el otro.
— ¡Eh! ¡Eh! ¡Fuera! ¡Al corral! —gritaban varias voces.
—Bueno, bueno. Está bien. Váyase usted —decía el profesor, temiendo las consecuencias de estos altercados.
El muchacho se marchaba, y a los pocos días volvía a repetir la gracia, dando como suyo el nombre de algún político célebre o de algún torero.
Andrés Hurtado los primeros días de clase no salía de su asombro. Todo aquello era demasiado absurdo. Él hubiese querido encontrar una disciplina fuerte y al mismo
tiempo afectuosa, y se encontraba con una clase grotesca en que los alumnos se burlaban del profesor. Su preparación para la Ciencia no podía ser más desdichada.

Some of the students were quite shameless in their
insolence: they shouted, brayed, and interrupted the professor.
One of the pranks of these students was to answer
under an assumed name.
"You there," would say the professor pointing with
his finger, his beard trembling with anger, "what is your
name?"
"Who, I?"
"Yes, sir, you, you; what is your name?" added the
professor, looking at his list.
"Salvador Sanchez."
"Otherwise called Frascuelo," would add another student
who had arranged the affair with him beforehand.
"My name is Salvador Sanchez; I do not know if
anyone objects, but if anyone objects let him say so,"
the student would answer, looking at the bench from
which the voice had come and pretending to be off ended.
"Go and have a swim," would answer the other.
Then various voices would cry, "Outside! Get out!"
And the professor, fearing the consequences of these
disputes, would say, "Very well. Enough. Go away."
The student would go away and a few days later would
repeat the jest and answer in the name of some celebrated
politician or bullfighter.
During the first days of these lectures Andres Hurtado could not get over his astonishment. It was all too
absurd. He would have wished to find a strong but affectionate
discipline, and he found grotesque lectures
and the students openly mocking the professor. His initiation
into Science could scarcely have been more unfortunate.






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