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—No sé, no sé —murmuró—. Creo que vuestro intelectualismo no os
llevará a nada. ¿Comprender? ¿Explicarse las cosas? ¿Para qué? Se puede ser un gran artista, un gran poeta, se puede ser hasta un matemático y un científico y no comprender en el fondo nada. El intelectualismo es estéril. La misma Alemania, que ha tenido el cetro del intelectualismo, hoy parece que lo repudia. En la Alemania actual casi no hay filósofos, todo el mundo está ávido de vida práctica. El intelectualismo, el criticismo, el anarquismo van de baja.
—¿Y qué? ¡Tantas veces han ido de baja y han vuelto a renacer! —contestó Andrés.
—¿Pero se puede esperar algo de esa destrucción sistemática y vengativa?
—No es sistemática ni vengativa. Es destruir lo que no se afirme de por sí; es llevar el análisis a todo; es ir disociando las ideas tradicionales, para ver qué nuevos aspectos toman; qué componentes tienen. Por la desintegración electrolítica de los átomos van apareciendo estos iones y electrones mal conocidos. Usted sabe también que algunos histólogos han
creído encontrar en el protoplasma de las células granos que consideran como unidades orgánicas elementales y que han llamado bioblastos. ¿Por qué lo que están haciendo en física en este momento los Roentgen y los Becquerel y en biología los Haeckel y los Hertwing no se ha de hacer en filosofía y en moral? Claro que en las afirmaciones de la química y de la histología no está basada una política, ni una moral, y si mañana se encontrara el medio de descomponer y de transmutar los cuerpos simples, no habría ningún papa de la ciencia clásica que excomulgara a los investigadores.
—Contra tu disociación en el terreno moral, no sería un papa el que protestara, sería el instinto conservador de la sociedad.
—Ese instinto ha protestado siempre contra todo lo nuevo y seguirá protestando; ¿eso qué importa? La disociación analítica será una obra de saneamiento, una desinfección de la vida.
—Una desinfección que puede matar al enfermo.
—No, no hay cuidado. El instinto de conservación del cuerpo social es bastante
fuerte para rechazar todo lo que no puede digerir. Por muchos gérmenes que se
siembren, la descomposición de la sociedad será biológica.
—¿Y para qué descomponer la sociedad? ¿Es que se va a construir un mundo nuevo
mejor que el actual? —Sí, yo creo que sí.
—Yo lo dudo. Lo que hace a la sociedad malvada es el egoísmo del hombre, y el
egoísmo es un hecho natural, es una necesidad de la vida. ¿Es que supones que el hombre de hoy es menos egoísta y cruel que el de ayer? Pues te engañas.
¡Si nos dejaran!; el cazador que persigue zorras y conejos cazaría hombres si
pudiera. Así como se sujeta a los patos y se les alimenta para que se les hipertrofie el hígado, tendríamos a las mujeres en adobo para que estuvieran más suaves.
Nosotros, civilizados, hacemos jockeys como los antiguos monstruos, y si fuera posible les quitaríamos el cerebro a los cargadores para que tuvieran más fuerza, como antes la Santa Madre Iglesia quitaba los testículos a los cantores de la Capilla Sixtina para que cantasen mejor. ¿Es que tú crees que el egoísmo va a desaparecer? Desaparecería la Humanidad. ¿Es que supones, como algunos sociólogos ingleses y los anarquistas, que
se identificará el amor de uno mismo con el amor de los demás?
—No; yo supongo que hay formas de agrupación social unas mejores que otras, y que se deben ir dejando las malas y tomando las buenas.
—Esto me parece muy vago. A una colectividad no se le moverá jamás diciéndole: Puede haber una forma social mejor. Es como si a una mujer se le dijera: Si nos unimos, quizá vivamos de una manera soportable. No, a la mujer y a la colectividad hay que prometerles el paraíso; esto demuestra la ineficacia de tu idea analítica y disociadora.
Los semitas inventaron un paraíso materialista (en el mal sentido) en el principio del hombre; el cristianismo, otra forma de semitismo, colocó el paraíso al final y fuera de la vida del hombre y los anarquistas, que no son más que unos neocristianos; es decir, neosemitas; ponen su paraíso en la vida y en la tierra. En todas partes y en todas épocas los conductores de hombres son prometedores de paraísos.
—Sí, quizá; pero alguna vez tenemos que dejar de ser niños, alguna vez tenemos
que mirar a nuestro alrededor con serenidad. ¡Cuántos terrores no nos ha quitado de encima el análisis! Ya no hay monstruos en el seno de la noche, ya nadie nos acecha. Con nuestras fuerzas vamos siendo dueños del mundo.
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