normal slowed |
Don Juan Sánchez había llegado a Alcolea hacía más de treinta años de maestro cirujano; después, pasando unos exámenes, se llegó a licenciar. Durante bastantes años estuvo, con relación al médico antiguo, en una situación de inferioridad, y cuando el otro murió, el hombre comenzó a crecerse y a pensar que ya que él tuvo que sufrir las chinchorrerías del médico anterior, era lógico que el que viniera sufriera las suyas. Don Juan era un manchego apático y triste, muy serio, muy grave, muy aficionado a los toros. No perdía ninguna de las corridas importantes de la provincia, y llegaba a ir hasta las fiestas de los pueblos de la Mancha baja y de Andalucía. Esta afición bastó a Andrés para considerarle como un bruto.
El primer rozamiento que tuvieron Hurtado y él fue por haber ido Sánchez a una corrida de Baeza.
Una noche llamaron a Andrés del molino de la Estrella, un molino de harina que se
hallaba a un cuarto de hora del pueblo.
Fueron a buscarle en un cochecito. La hija del molinero estaba enferma; tenía el vientre hinchado, y esta hinchazón del
vientre se había complicado con una retención de orina. A la enferma la visitaba Sánchez; pero aquel día, al llamarle por la mañana temprano, dijeron en casa del médico que no estaba; se había ido a los toros de Baeza.
"What, was Don Tomas not at home?"
"No."
"Whom have you brought then?"
"The new doctor."
The miller angrily began to pour out insults against
doctors. He was a rich, proud man who considered
nothing too good for him.
"They came for me to see a patient," said Andres
coolly. "Am I to see her or not? If not, I shall go back."
"There is no help for it. Come in."
Andres went up the stairs to the first floor and followed
the miller into a room in which a girl lay on
a bed, watched over by her mother.
Andres went up to the bed. The miller was still swearing.
"Come, be quiet," said Andres to him, "if you wish
me to examine the patient."
The man held his peace. The girl was dropsical and
suffered from nausea, asthma, and slight convulsions.
Andres looked at the patient, her stomach was swollen
and resembled that of a frog. One had only to touch it
to feel the flow of water in the peritoneum.
"Well? What do you find?" asked the mother.
"It is a disease of the liver, serious and chronic,"
said Andres, going away from the bed so that the
girl should not hear. "And now there is a complication
of dropsy."
"And what is to be done? Or is there no remedy?"
"If one dared delay it would be best to wait for Dr.
Sanchez. He is more familiar with the patient."
—¿Pero se puede esperar? —preguntó el padre con voz colérica. Andrés volvió a reconocer a la enferma; el pulso estaba muy débil; la insuficiencia respiratoria, probablemente resultado de la absorción de la urea en la sangre, iba aumentando; las convulsiones se sucedían con más fuerza. Andrés tomó la temperatura.
No llegaba a la normal.
—No se puede esperar —dijo Hurtado, dirigiéndose a la madre.
—¿Qué hay que hacer? —exclamó el molinero—. Obre usted...
—Habría que hacer la punción abdominal —repuso Andrés, siempre hablando a la
madre—. Si no quieren ustedes que la haga yo...
—Sí, sí, usted.
—Bueno; entonces iré a casa, cogeré mi estuche y volveré. El mismo molinero se puso al pescante del coche. Se veía que la frialdad desdeñosa de Andrés le irritaba. Fueron los dos durante el camino sin hablarse. Al llegar a su casa, Andrés bajó, cogió su estuche, un poco de algodón y una pastilla de sublimado. Volvieron al molino. Andrés animó un poco a la enferma, jabonó y friccionó la piel en el sitio de elección, y hundió el trócar en el vientre abultado de la muchacha. Al retirar el trócar y dejar la cánula, manaba el agua, verdosa, llena de serosidades, como de una fuente a un barreño.
Después de vaciarse el líquido, Andrés pudo sondar la vejiga, y la enferma comenzó a respirar fácilmente. La temperatura subió en seguida por encima de la normal. Los síntomas de la uremia iban desapareciendo. Andrés hizo que le dieran leche a la muchacha, que quedó tranquila. En la casa había un gran regocijo.
—No creo que esto haya acabado —dijo Andrés a la madre—; se reproducirá,
probablemente.
—¿Qué cree usted que debíamos hacer? —preguntó ella humildemente.
—Yo, como ustedes, iría a Madrid a consultar con un especialista.
Hurtado se despidió de la madre y de la hija. El molinero montó en el pescante del
coche para llevar a Andrés a Alcolea.
La mañana comenzaba a sonreír en el cielo; el sol brillaba en los viñedos y en los olivares; las parejas de mulas iban a la labranza, y los campesinos, de negro, montados en las ancas de los borricos, les seguían. Grandes bandadas de cuervos pasaban por el aire. El molinero fue sin hablar en todo el camino; en su alma luchaban el orgullo y el agradecimiento; quizá esperaba que Andrés le dirigiera la palabra; pero éste no despegó los labios.
On reaching
home, he got out and murmured:
"Good-day."
"Good-bye."
And the two men parted as enemies. Next day Sanchez,
more gloomy and apathetic than ever, came up to Andres.
"You wish to injure me," he said.
"I know why you say that," answered Andres; "hut I
am not to blame. I went to see the girl because they
came for me; and I operated because it was absolutely
necessary. She was dying."
"Yes, but you told her mother to go to Madrid to
consult a specialist, and that is not to your advantage
nor to mine."
Sanchez could not understand that Andres might have
given this advice through his honesty, and supposed that
he had done so in order to injure him. He also considered
that he had a right to levy a kind of tax on
every illness in Alcolea. If so and so caught a bad cold,
that meant six visits; if he had rheumatism it might
mean as many as twenty.
El caso de la chica del molinero se comentó mucho en todas partes e hizo suponer que Andrés era un médico conocedor de procedimientos modernos.
Sánchez, al ver que la gente se inclinaba a creer en la ciencia del nuevo médico,
emprendió una campaña contra él. Dijo que era hombre de libros, pero sin práctica
alguna, y que además era un tipo misterioso, del cual no se podía uno fiar.
Al ver que Sánchez le declaraba la guerra francamente, Andrés se puso en guardia.
Era demasiado escéptico en cuestiones de medicina para hacer imprudencias. Cuando había que intervenir en casos quirúrgicos, enviaba al enfermo a Sánchez que, como hombre de conciencia bastante elástica, no se alarmaba por dejarle a cualquiera ciego o manco.
Andrés casi siempre empleaba los medicamentos a pequeñas dosis; muchas veces no producían efecto; pero al menos no corría el peligro de una torpeza. No dejaba de tener éxitos; pero él se confesaba ingenuamente a sí mismo que, a pesar de sus éxitos, no hacía casi nunca un diagnóstico bien. Claro que por prudencia no aseguraba los primeros días nada; pero casi siempre las enfermedades le daban sorpresas; una supuesta pleuresía, aparecía como una lesión hepática; una tifoidea, se le transformaba en una gripe real.
Cuando la enfermedad era clara, una viruela o una pulmonía, entonces la conocía él y la conocían las comadres de la vecindad, y cualquiera. Él no decía que los éxitos se debían a la casualidad; hubiera sido absurdo; pero tampoco los lucía como resultado de su ciencia.
Había cosas grotescas en la práctica diaria; un enfermo que tomaba un poco de
jarabe simple, y se encontraba curado de una enfermedad crónica del estómago; otro, que con el mismo jarabe, decía que se ponía a la muerte.
Andrés estaba convencido de que en la mayoría de los casos una terapéutica muy activa no podía ser beneficiosa más que en manos de un buen clínico, y para ser un buen clínico era indispensable, además de facultades especiales, una gran práctica.
Convencido de esto, se dedicaba al método expectante. Daba mucha agua con jarabe. Ya le había dicho confidencialmente al boticario:
—Usted cobre como si fuera quinina.
Este escepticismo en sus conocimientos y en su profesión le daba prestigio. A ciertos enfermos les recomendaba los preceptos higiénicos, pero nadie le hacía
caso. Tenía un cliente, dueño de unas bodegas, un viejo artrítico, que se pasaba la vida leyendo folletines.
Andrés le aconsejaba que no comiera carne y que anduviera.
—Pero si me muero de debilidad, doctor —decía él—. No como más que un
pedacito de carne, una copa de Jerez y una taza de café.
—Todo eso es malísimo —decía Andrés.
Este demagogo, que negaba la utilidad de comer carne, indignaba a la gente acomodada... y a los carniceros.
Hay una frase de un escritor francés que quiere ser trágica y es enormemente
cómica. Es así: "Desde hace treinta años no se siente placer en ser francés." El vinatero artrítico debía decir: "Desde que ha venido este médico, no se siente placer en ser rico."
La mujer del secretario del Ayuntamiento, una mujer muy remilgada y redicha, quería convencer a Hurtado de que debía casarse y quedarse definitivamente en Alcolea.
—Ya veremos —contestaba Andrés.
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